¿Amenaza o ganancia? Impacto de la IA en la economía

¿Amenaza o ganancia? Impacto de la IA en la economía

La revolución de la inteligencia artificial (IA) ya no es ciencia ficción, es una fuerza real que está transformando la economía global y redefiniendo el mercado laboral. Desde algoritmos que automatizan fábricas hasta modelos de IA que reorganizan sectores enteros, el impacto es tan profundo que algunos se preguntan si métricas clásicas como el PIB siguen siendo útiles. Al mismo tiempo, esta disrupción tecnológica está abriendo oportunidades de inversión estratégicas en sectores clave: semiconductores, energía y materias primas. En este blog exploramos cómo la IA está cambiando las reglas del juego económico y dónde podrían estar las próximas minas de oro para los inversionistas. Prepárate para un viaje narrativo por el futuro inmediato, con datos frescos, ejemplos de empresas punteras como Nvidia, Tesla y Teradyne, y una mirada a las tendencias que están marcando el rumbo.

La IA revoluciona la economía (¿y deja obsoleto al PIB?)

Impacto macroeconómico y laboral: La Inteligencia Artificial se perfila como el motor de una nueva revolución industrial digital. Organismos internacionales proyectan que la IA añadirá billones a la actividad económica en esta década. Un informe de IDC predice que para 2030 la IA generará el 3,5% del PIB mundial (casi 20 billones de dólares acumulados hasta ese año). Esto significa que muchas de las ganancias de productividad globales vendrán directamente de la adopción masiva de IA en todos los sectores. Sin embargo, a diferencia de revoluciones tecnológicas previas, la IA plantea interrogantes sobre cómo medimos ese valor y cómo se distribuye.

¿Adiós al PIB como métrica? Varios expertos señalan que el PIB podría estar quedándose corto para reflejar la nueva realidad. Por ejemplo, Goldman Sachs advierte de un “agujero” en las estadísticas económicas: estima que unos $115.000 millones del crecimiento de EE.UU. impulsado por la IA no aparecen en el PIB oficial. ¿La razón? El PIB solo captura transacciones explícitas (como la venta de hardware o software), pero no contabiliza las mejoras de productividad internas ni el valor de herramientas de IA gratuitas. En otras palabras, si una empresa usa IA para ahorrar costos o un desarrollador lanza un modelo de código abierto, ese valor creado “invisible” no figura en el PIB. Esto ha llevado a algunos a hablar de la posible obsolescencia del PIB en la era de la IA, o al menos la necesidad de complementarlo con métricas nuevas. De hecho, analistas señalan que los indicadores tradicionales están diseñados para una economía de bienes tangibles, mientras que gran parte del valor de la IA es intangible (eficiencias, datos, algoritmos). Sin ajustes a nuestras medidas, podríamos estar volando a ciegas en cuanto al verdadero progreso económico impulsado por la IA.

Reconfiguración del trabajo: Junto con el impacto macroeconómico llega una transformación del mercado laboral. Estudios recientes sugieren que la IA afectará a casi el 40% de los empleos en todo el mundo – en algunos casos reemplazando tareas rutinarias y en otros complementando la labor humana. A diferencia de anteriores oleadas de automatización, la IA no solo incide sobre trabajos manuales o repetitivos, sino también sobre empleos de alta cualificación. El FMI señala que en las economías avanzadas alrededor del 60% de los puestos podrían verse impactados por la IA: aproximadamente la mitad de esos empleos podría beneficiarse con mayor productividad al incorporar IA, mientras que la otra mitad enfrenta riesgo de automatización y menor demanda de mano de obra. En mercados emergentes el efecto sería menor (exposición del ~40%), reflejando que la IA por ahora amenaza más tareas de oficinas sofisticadas que trabajos donde la mano de obra humana sigue siendo dominante.

Esta dualidad implica desafíos y oportunidades. Por un lado, la productividad por las nubes: las empresas que adopten IA pueden producir más con menos recursos, lo que en teoría impulsa el crecimiento y los salarios de quienes manejen estas herramientas. Por otro lado, se amplifica la desigualdad si los beneficios se concentran en unos pocos. De hecho, voces como las del Banco Mundial y el FMI advierten que sin políticas adecuadas, la IA podría profundizar brechas: trabajadores altamente calificados y dueños de capital tecnológico verían aumentos desproporcionados en sus ingresos, mientras trabajadores con habilidades fácilmente automatizables podrían quedar rezagados. Este posible “desacople” entre crecimiento del PIB y bienestar general refuerza la idea de que debemos mirar más allá del PIB: importa quién se beneficia del pastel, no solo cuánto crece.

Nuevos trabajos y adaptación: No todo son malas noticias en el frente laboral. La historia nos enseña que por cada empleo destruido por la tecnología, suelen surgir otros nuevos. Ya estamos viendo emerger roles impensados hace una década: especialistas en ética de IA, ingenieros de “prompts” (indicaciones para IA generativa), entrenadores de algoritmos, etc. Un estudio global de IDC refleja este optimismo: aunque el 48% de trabajadores espera que parte de sus tareas se automatice en los próximos 2 años, solo 3% teme la automatización total de su puesto, y la mayoría confía en que la IA será una herramienta más que un sustituto completo. El informe destaca que surgirán nuevas posiciones y que la IA “no reemplazará tu trabajo, pero alguien que sepa usarla mejor que tú, sí”. La clave para los profesionales será adaptarse y adquirir habilidades complementarias a la IA, desde manejo de datos hasta creatividad y empatía, cualidades difíciles de automatizar. En resumen, el mercado laboral no desaparecerá, se transformará: menos tareas mecánicas, más énfasis en lo que nos hace humanos y en saber colaborar con inteligencias artificiales.

Inversiones estratégicas en la era de la IA: semiconductores, energía y materias primas

Si la IA es el nuevo motor de la economía, ¿dónde invertir para aprovechar esta potencia? Los expertos apuntan a tres pilares fundamentales que sustentan esta revolución: semiconductores (los “cerebros” de la IA), energía (el “combustible” que la alimenta) y materias primas (los ladrillos básicos de la nueva economía). La rotación de capital global ya se está dirigiendo hacia estos sectores, generando oportunidades jugosas para inversores que sepan interpretar las señales del mercado. A continuación, exploramos cada eje y cómo empresas emblemáticas están liderando la tendencia.

Semiconductores: el cerebro de la IA desata un boom de inversión

Los chips son el corazón de la inteligencia artificial. Cada modelo de machine learning que asombra al mundo –desde coches autónomos hasta asistentes virtuales– corre sobre miles de semiconductores especializados. No es de extrañar que estemos viviendo un boom sin precedentes en la industria de chips. NVIDIA, empresa californiana conocida por sus GPUs, se ha convertido en la estrella indiscutible de esta era. Sus procesadores gráficos resultaron ser ideales para entrenar IA, y la demanda explotó. ¿El resultado? En el último año fiscal, Nvidia duplicó con creces sus ingresos alcanzando $130.500 millones, un 114% más que el año anterior. Esta subida meteórica de ventas refleja cómo de explosivo es el apetito por hardware de IA en centros de datos, empresas tecnológicas y hasta gobiernos. El valor de mercado de Nvidia superó el billón de dólares en 2023, y sus acciones se convirtieron en sinónimo de la “fiebre del oro” de la IA en Wall Street.

Pero no solo las ventas crecen: Nvidia y sus pares están gastando e invirtiendo a raudales para ampliar capacidad. La propia Nvidia multiplicó su gasto de capital (CapEx) en 2024, llegando en un reciente trimestre a $1.895 millones, un 94% más interanual, para construir infraestructura que soporte la fabricación y desarrollo de más chips de IA. Y en el lado de la fabricación de semiconductores, empresas como TSMC (el mayor fabricante de chips por contrato del mundo) planean inversiones gigantescas: solo en 2023, TSMC gastó alrededor de $30.400 millones en capital (ligeramente menos que el récord de $36.000 millones en 2022). Estas cifras astronómicas muestran cómo el capital global se está rotando hacia los semiconductores, financiando nuevas fábricas (“fabs”), equipos más avanzados y líneas de producción para satisfacer la demanda.

¿Qué significa esto para los inversores? Que el ecosistema de semiconductores ofrece múltiples vías de entrada. Por un lado, los diseñadores de chips como Nvidia, AMD o incluso startups de IA generativa que crean sus propios semiconductores especializados (así llamados AI accelerators) se perfilan como ganadores directos. Por otro lado, los proveedores de herramientas y equipos para fabricación de chips son piezas críticas de la cadena. Un ejemplo notable es Teradyne, compañía menos conocida para el público general pero crucial: sus sistemas automatizados de prueba garantizan que cada chip salga sin defectos, y además es dueña de marcas punteras en robótica colaborativa (Universal Robots) y robots móviles (MiR). En la medida en que más fábricas de chips y plantas automatizadas se despliegan, Teradyne se beneficia vendiendo robots y equipos de test a las nuevas instalaciones. La empresa ha adoptado una estrategia unificada de IA y robótica que la posiciona a la vanguardia de la revolución Industria 4.0, integrándose perfectamente en esta ola tecnológica. Para el inversor, firmas como Teradyne, ASML (fabricante holandés de máquinas de litografía imprescindibles para chips avanzados) o Applied Materials (equipos de fabricación) representan apuestas estratégicas que capturan el gasto masivo de capital en semiconductores a nivel global.

En síntesis, los semiconductores son el nuevo petróleo de la era digital. Cuando ves que un modelo de IA se vuelve viral, ten por seguro que detrás hay miles de chips funcionando a pleno rendimiento. La cadena de valor completa –desde el diseño hasta la manufactura y pruebas– está experimentando una inversión frenética. Las tendencias de rotación de capital muestran cómo grandes fondos están sobreponderando este sector, anticipando que el “superciclo” de chips impulsado por la IA podría extenderse por años. Identificar empresas con ventajas tecnológicas sólidas y posición dominante en nichos clave (como Nvidia en diseño o ASML en equipos) puede ser la clave para montar esta ola de manera rentable.

Energía: el combustible de la era de la IA

Un aspecto que a veces pasa bajo el radar es que toda esa inteligencia artificial necesita enormes cantidades de energía. Los algoritmos no funcionan con magia, sino con electricidad: los centros de datos que entrenan modelos como GPT-5 consumen energía equivalente a la de pequeñas ciudades. Por eso, la revolución de la IA trae consigo una oleada de inversión y oportunidades en el sector energético.

En primer lugar, está el desafío (y oportunidad) de suministrar suficiente electricidad. A nivel mundial, se proyecta que el consumo eléctrico de los centros de datos se duplique con creces en esta década, pasando de ~460 TWh en 2024 a más de 1.000 TWh en 2030. Solo la porción atribuible a IA dentro de esos centros podría crecer al punto de representar entre el 35% y 50% del consumo de data centers para 2030 (frente a apenas 5-15% hoy). Esto equivale a una presión al alza sostenida sobre la demanda de energía. Empresas energéticas tradicionales ven aquí un filón: mayores volúmenes a vender, necesidad de nuevas plantas y servicios de red. Pero quizás los ganadores más interesantes sean aquellos enfocados en energías renovables y almacenamiento, ya que el boom de la IA coincide en el tiempo con la transición hacia la electrificación limpia (vehículos eléctricos, solar, eólica).

Pensemos en Tesla de nuevo, pero ahora no solo como fabricante de coches sino como actor energético. Tesla ha invertido fuertemente en mega-baterías (Megapacks) y en su red de Superchargers, anticipando un mundo con millones de coches eléctricos y redes eléctricas inteligentes. El propio Elon Musk ha dicho que “Tesla es tanto una compañía de energía como de automoción”. La empresa destinó millones a gastos de capital para seguir expandiendo fábricas y capacidades, y planea millones en en proyectos que incluyen nuevas gigafábricas, producción de baterías de próxima generación, e inversiones en IA y autonomía. Esta visión integral (vehículos eléctricos + IA de conducción autónoma + infraestructura de carga + almacenamiento estacionario) posiciona a Tesla en la intersección exacta de las tendencias. No es casualidad que muchos analistas vean a Tesla como una empresa de tecnología e IA, más que una automotriz tradicional. Para un inversor, compañías que combinen know-how en IA con control sobre activos energéticos pueden ofrecer ventajas competitivas difíciles de replicar.

Otro frente de oportunidades está en las empresas de infraestructura eléctrica y gestión inteligente de redes. La proliferación de data centers dedicados a IA está impulsando proyectos de centrales eléctricas dedicadas, mejoras en transmisión y distribución, y uso de IA para optimizar el flujo eléctrico (lo que se llama smart grids). Firmas que proveen equipos de alto voltaje, software de gestión de red o incluso utilidades que se adelanten a invertir en capacidad para clientes tecnológicos, podrían beneficiarse.

Y por supuesto, la carrera por la eficiencia energética cobrará protagonismo. Por un lado, está el desarrollo de chips y sistemas más eficientes (por ejemplo, Nvidia trabaja en reducir el consumo de sus GPU por unidad de cómputo). Pero por otro lado, cada avance en IA genera más usos que terminan aumentando el consumo total. Este dilema (eficiencia vs efecto rebote) significa que paralelamente habrá un mercado creciente para tecnologías de refrigeración, reciclaje de calor, y energía verde en centros de datos. Inversores ecológicos encontrarán que incluso desde la perspectiva climática, la IA obliga a acelerar innovación para que la huella eléctrica no se dispare. Empresas especializadas en refrigeración líquida avanzada, en centros de datos modulares alimentados por renovables, o en pilas de combustible y microsistemas nucleares para alimentar campus tecnológicos, podrían emerger como sorpresas interesantes.

En resumen, la IA no funciona sin energía, y la escala que está adquiriendo significa que el sector energético vive su propio momento dorado. La clave para aprovechar esta tendencia es detectar qué compañías estarán suministrando, gestionando o ahorrando la energía que la IA devora. Desde gigantes renovables hasta startups de eficiencia, el abanico es amplio. Lo que está claro es que en esta nueva economía, el kilovatio es tan estratégico como el kilobyte.

Materias primas: los cimientos tangibles de la revolución digital

Por último, pero no menos importante, llegamos a las materias primas. Detrás de cada avance tecnológico siempre hay recursos físicos que lo hacen posible: metales, minerales y materiales cuya demanda puede dispararse con las tendencias tecnológicas. La IA y la electrificación asociada están cambiando radicalmente el mapa de materias primas críticas, creando también oportunidades en este rincón más “tradicional” de la economía.

Un claro ejemplo es el litio, apodado “el nuevo oro blanco”. El auge de los vehículos eléctricos (EV) –impulsado en parte por la IA que optimiza baterías, rutas y conducción autónoma– ha llevado la producción de baterías de iones de litio a récords históricos. Empresas mineras y químicas que extraen y procesan litio (desde gigantes como Albemarle o SQM hasta nuevos desarrollos en Australia, Argentina o Chile) se han convertido en actores estratégicos del mercado. Los precios del litio experimentaron una gran volatilidad: subieron exponencialmente hasta 2022 y aunque corrigieron en 2023, se espera que se mantengan en niveles altos conforme la oferta lucha por seguir el ritmo de la demanda de VE. Para inversores, ello sugiere estudiar toda la cadena de valor del litio: productores minerales, fabricantes de cátodos y las empresas de reciclaje de baterías (ya que hacia 2030 el litio reciclado podría suplir ~10% de la demanda, reduciendo la presión sobre la minería primaria).

Otro metal estrechamente vinculado a la electrificación es el cobre. Este metal rojo es el nervio conductor de la electricidad, presente en cableado, motores y electrónica. ¿Por qué el boom tecnológico actual lo favorece? Porque un vehículo eléctrico promedio necesita entre 3 y 4 veces más cobre que uno convencional. En números, un EV usa unos 83 kg de cobre, frente a ~23 kg en un auto a gasolina. Multipliquemos esa diferencia por decenas de millones de coches eléctricos proyectados para la próxima década, sumemos los kilómetros de cable para turbinas eólicas, redes eléctricas reforzadas y cargadores, y tendremos una idea de la sed de cobre que se avecina. De hecho, analistas pronostican déficit en el mercado de cobre en unos años si no se invierte en nuevas minas. Empresas mineras diversificadas con reservas de cobre (p. ej. BHP, Freeport-McMoRan, Glencore) y desarrolladores de nuevos yacimientos podrían ver vientos de cola significativos. Cabe destacar que el cobre es también esencial en componentes de semiconductores y electrónica avanzada (aunque en pequeñas cantidades por unidad, en total la industria tech consume mucho). Por tanto, IA, renovables y EV son un combo alcista para el cobre a mediano-largo plazo.

Además del litio y cobre, otras materias primas críticas merecen atención. Tierras raras como neodimio, praseodimio o disprosio son vitales para imanes en motores eléctricos y generadores eólicos, así como en auriculares y componentes de electrónica sofisticada. China domina su producción, y las tensiones geopolíticas podrían repercutir en su suministro –un riesgo pero también una oportunidad para proyectos fuera de China (Australia, EE.UU., etc.) que logren viabilidad. Níquel, cobalto y manganeso son importantes para ciertas químicas de baterías; aunque se trabaja en reducir su contenido, la demanda de níquel de alta pureza seguirá alta con las gigafábricas de baterías proliferando. Silicio de grado electrónico y otros materiales para paneles solares y chips (como el polisilicio) ven repuntes de inversión para evitar cuellos de botella. Incluso plata y aluminio podrían disfrutar de mayor demanda: la plata por su uso en contactos eléctricos (paneles solares, 5G, etc.), y el aluminio porque la búsqueda de ligereza en vehículos eléctricos lo favorece frente al acero, además de su uso en cableado de alto voltaje.

Para los inversores, el mundo de las materias primas ofrece una dinámica distinta a la de las acciones tecnológicas, pero complementaria. Son activos cíclicos, influenciados por oferta y demanda global, pero esta revolución tecnológica les da una tendencia estructural alcista en ciertos casos. Una estrategia posible es diversificar en un “pick and shovel play” (invertir en los proveedores de pico y pala): en vez de (o además de) invertir en la empresa de IA de moda, invertir en quien le provee los materiales básicos para triunfar. Por ejemplo, así como la fiebre del oro en el siglo XIX enriqueció a quienes vendían palas y jeans a los mineros, la fiebre de la IA podría enriquecer a quienes proveen los materiales para chips, baterías y cables que todo este sistema requiere. Obviamente, hay que ser selectivo y considerar riesgos (tecnologías que cambien la composición de materiales, sustitución, regulaciones ambientales), pero la rotación de capital hacia materias primas tecnológicas es una realidad que ya se refleja en planes de gasto de gobiernos y empresas.

Cómo leer las señales del mercado

Como hemos visto, la revolución de la IA está redistribuyendo las cartas: economías, empleos y empresas están adaptándose a marchas forzadas. Para un inversor o analista, entender estas transformaciones es clave para identificar oportunidades antes que el resto. Algunas señales del mercado a monitorear incluyen:

  • Rotación sectorial en bolsas: en los últimos años hemos visto rallys espectaculares en acciones de semiconductores (el índice Philly Semiconductor alcanzó máximos históricos, liderado por Nvidia). Al mismo tiempo, sectores tradicionales como bancos o inmobiliario han perdido peso relativo. Este movimiento de capital nos indica dónde el mercado ve futuro. Sin embargo, como todo ciclo, puede haber sobrecalentamiento; vigilar valuaciones es importante. Una estrategia es posicionar en líderes de largo plazo (empresas con ventajas competitivas claras en IA) y evitar apuestas puramente especulativas sin fundamentos.
  • CapEx y gasto en I+D: Las empresas que más invierten hoy suelen ser las que cosecharán ventaja mañana. Nvidia, Tesla, TSMC no gastan decenas de miles de millones por capricho: lo hacen porque anticipan demanda futura. Un inversor avispado sigue de cerca los planes de inversión de las compañías y sectores. Un aumento de CapEx en semiconductores o en minería de litio puede señalar confianza en crecimiento. Asimismo, gobiernos anunciando subsidios (como las leyes de chips en EE.UU. o Europa) son vientos a favor para esos sectores.
  • Innovación y adopción: más allá de los números, hay que seguir la adopción real de la IA en distintas industrias. Por ejemplo, si los reportes de grandes empresas mencionan mejoras de productividad gracias a IA o recortes de personal por automatización, eso confirma el impacto macro. Del mismo modo, si notamos escasez de ciertos componentes (ej. chips GPU con plazos de entrega de 6+ meses, o el precio del litio disparándose), son indicios de cuello de botella y oportunidad de inversión en oferta.
  • Riesgos y regulación: no todo es color de rosa. La IA genera también incertidumbres: posibles regulaciones (privacidad, responsabilidad algorítmica), riesgos de seguridad (ciberataques potenciados por IA) o simplemente sobrevaloraciones bursátiles en el corto plazo. Un inversor prudente debe separar el hype de la realidad. La diversificación sigue siendo prudente; por ejemplo, incluir materias primas o energía en la cartera puede cubrir parcialmente riesgos de burbuja tech, ya que a veces se comportan de forma descorrelacionada.

Reflexión final: Estamos ante un cambio de era. Así como la máquina de vapor o internet cambiaron el mundo, la inteligencia artificial está reescribiendo las reglas de la economía global a un ritmo vertiginoso. Esto puede dar vértigo, pero también ofrece una oportunidad histórica para quienes sepan anticiparse. Las 2 o 3 ideas centrales para llevarse son: (1) La IA impulsa un salto en productividad que desafía las medidas económicas tradicionales (el PIB quizá ya no lo cuenta todo), (2) el mercado laboral se transformará, demandando adaptación pero creando nuevas posibilidades, y (3) los inversionistas tienen frente a sí un abanico de oportunidades en los sectores clave que respaldan esta revolución (chips, energía, materias primas). En definitiva, más allá de modas pasajeras, la IA parece estar aquí para quedarse como motor de crecimiento. La pregunta es: ¿seremos meros espectadores o participaremos activamente de esta nueva ola?

Te dejamos con esa pregunta y una invitación: suscríbete a nuestro blog/noticias para no perderte futuras oportunidades en este apasionante viaje. La tecnología avanza imparable, y juntos podremos seguirle el ritmo, analizando cada cambio y encontrando el valor oculto entre líneas de código y hojas de balance. ¡El futuro ya está aquí, acompáñanos para descifrarlo y aprovecharlo! 🚀